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jueves, 31 de marzo de 2011

El caso Jeremías Springfield



Este nuevo continente en el que hemos nacido – nuevo para los europeos que encallaron este territorio por error- fue parte de un proceso de colonización e imposición cultural que, aún hoy, muestra sus vestigios. La llegada de los españoles, determinó que ahora cada una de nuestras ciudades posea un héroe fundador que les dio, entre otras cosas, un inicio. Dichos personajes, de dudosa procedencia, son hoy en día reconocidos en estatuas que dan cuenta de la importancia que tienen para la historia.
Ciertamente su reputación y su heroísmo es cosa cuestionable por muchas razones. Las cuales, son conocidas por algunos mientras otros las ignoran. Y esa misma reputación es tema de debate en algunas discusiones, en donde se propone que esa mitificación de tal personaje debería quedar de lado, y que deberían contar la realidad de su origen. Creo que en lo posible, decapitarían su estatua. Me recuerda este caso, un capítulo de los Simpsons en el que Lisa – la niña adelantada a su edad- descubre la realidad de Jeremías Springfield, quien es el héroe fundador de su ciudad.
Lisa con la ayuda del Señor que se encarga del museo, descubre que Jeremías no era más que un pirata con la lengua de plata, que intentó, incluso, matar a Washington. Por lo cual, no merecía el respeto y el honor que todos los habitantes de Springfield sentían por él. La cuestión vino después de tal descubrimiento ¿Qué debía hacer Lisa?
Pues bien, nosotros tenemos a Pedro de Heredia. Un señor que todos conocemos desde que ingresamos al colegio. Fundador de la hoy Cartagena de Indias. Ese mismo que retengo en mi memoria por el fragmento de un texto que recitábamos cada vez que se celebraba el cumpleaños de la ciudad y que rezaba más o menos así:
“Leyenda y magia, la Ciudad de Cartagena tomó su nombre desde la Bahía y si fundador fue Don Pedro de Heredia nacido en Madrid. El cual, tuvo un duelo a capa y espada del cual salió mal herido de la nariz…”
Así es, mal herido. La historia nos ha contado que Don Pedro de Heredia llamaba la atención por su nariz; que según quedó de esa forma, por una batalla que sostuvo antes de venir a América. Y es que ese personaje, mítico en todo su esplendor, - aún con su nariz chueca- hace parte de lo que somos como ciudad. En esta tierra de pocos referentes y de nacionalidades casi deformes, los mitos y las leyendas siguen siendo una forma de mantener la esperanza.
Entonces, quizás la decisión de Lisa Simpson fue acertada: prefirió callar lo que sabía para que sus vecinos, quienes celebraban con verdadera devoción la fiesta en honor a Jeremías, no perdieran esa imagen idealizada que los reunían entorno de un pasado glorioso que los enorgullecía.
Tal vez Pedro de Heredia haya sido un bandolero, como muchos otros que llegaron a volverse gloriosos en estas tierras. Y es cierto que la discusión sobre la manera como se enseña/aprende la historia debe seguir llevándose a cabo. Pero, lo que no se puede negar, es que el personaje lo queramos o no, le dio nombre a esta ciudad: “porque se parecía a la Cartagena de España. Entonces la diferenció llamándola Cartagena de Indias” –eso también lo recuerdo del texto que recitaba de niño-. Y que al igual que Jeremías Springfield, se ha vuelto parte de nuestra historia. La que debemos conocer, sin des-conocer, que es pieza clave y fundamental al momento de re-construir nuestro pasado, como muchos otros personajes que también deben ser incluidos en los relatos de nuestra ciudad.
Por: Márquez.

lunes, 14 de marzo de 2011

El relato puede hacer la Diferencia.


Ser diferente[1] te coloca al margen de la sociedad, en un límite que te lleva a buscar “diferentes como tú”; porque la soledad, solo ayuda a sentir en mayores proporciones el peso de la marginalidad, del miedo que sienten los otros ante lo que no encaja en su universo de moldes, diseños y estructuras. Y es que la historia hace gala de ello, del afán de algunos por hacer homogéneos al resto. Ejemplo de ello son las mujeres, los negros y los homosexuales, por solo mencionar algunas poblaciones que durante la historia han sido vulnerados. Así, todo aquel que de una u otra forma, llega a ser tratado como un ser de segundo orden; desplazado por distintas razones, se enmarca en el límite de lo diferente.
Pero lo realmente preocupante, es que ese tipo de actos son aprehendidos y reproducidos en todas sus formas. Aun así, las luchas van encaminadas a combatir los imaginarios, las estructuras sociales e incluso, han buscado generar nuevas teorizaciones que ayuden a explicar las posturas que se toman frente a estas realidades.
Sin embargo, esas mismas luchas han olvidado un elemento fundamental en medio de todo su andamiaje: la memoria; Como ese elemento que se hace común a los habitantes de un mismo espacio geográfico y a los pertenecientes de una misma generación, que la transmiten a otros. La memoria, en medio de todos los movimientos, sigue intacta; llena de todos esos sucesos que han marcado el transcurso de la historia y con ello, todas las luchas que se han librado.
Pero no es lo único que se olvida en todo ese ambiente de búsqueda de igualdad y reconocimiento. La memoria, va de la mano de todos los relatos que se pueden generar de cada acontecimiento, de la forma como la sociedad termina narrándose a sí misma y su realidad. Como lo dice Félix Vázquez (2001) “no es la fidelidad salvada de lo que nos brinda la realidad lo que constituye un relato que es espejo de la misma, sino que es la utilización que hacemos del lenguaje la que nos permite conformar los hechos y la experiencia y dotarlos de significados”. Lo cual, nos lleva a pensar en el relato como una de las herramientas más importantes para la lucha en contra de las diferencias marcadas en la sociedad: el relato que habita en el lenguaje como forma de comunicarnos.
¿De qué forma? El relato pertenece a la memoria, y es resultado de la realidad misma de una sociedad. Por lo cual, la homofobia, el racismo y la misoginia, se vuelven parte de ese cuento que una sociedad como la nuestra posee. ¿Por qué? Pues, porque están arraigados en la memoria como parte natural de nuestro comportamiento, de nuestra realidad. Y es por ello que lo relatan, que lo cuentan, y luego, lo reproducen. Ya lo afirma Mendoza (2004) “nuestra experiencia de los asuntos humanos viene a tomar la forma de las narraciones que usamos para contar cosas sobre ellos” (Bruner, 1997, p. 152).
Por esto, los diferentes se agrupan. Para hallar relatos parecidos a los suyos; para encontrar en las memorias de esos otros como ellos, parte de su propia realidad; para re-conocerse en los que son comunes a ellos. Y todo esto produce, relatos marginales que nadie más escucha; que nadie más reconoce y que se quedan justo ahí, en la frontera de una realidad que se hace paralela al resto de la sociedad.
De esta manera, la memoria aloja ese esencialismo estratégico bajo el cual se justifica todos los actos violentos en contra de la diferencia. La memoria y sus relatos, olvidados en toda la lucha de igualdad, también hacen parte de esa serie de capas que cubren al hombre y transversaliza las esferas que lo constituyen. Quizás sea el momento de iniciar estrategias que busquen generar efectos en la memoria, en su construcción desde la intersubjetividad. Todo ello, para que se empiece a sembrar posibles cambios en las próximas generaciones, las que heredaran parte de nuestra memoria y por tanto, de nuestros relatos. No basta con alzar la voz, es necesario, empezar a contarnos; relatarnos como parte de una cotidianidad.
Así, la memoria y sus relatos ayudarían a llegar al perdón que se debe engendrar en los que han sido apartados, discriminados. El perdón, que representa un cambio en el relato, daría todo un vuelco a las formas de sensibilización del otro que está en el extremo opuesto de la víctima; el que fue victimario – intencionalmente o no-. Y la memoria, al ser como un “marco” para las experiencias y las vivencias de una colectividad, será reflejo de un perdón que engendrará nuevas formas de relacionarse sin el rencor de la historia.
Y es que, en todas estas colectividades vulneradas en sus derechos, hay un relato de su realidad que muchas veces no se ha contado. Se queda ahí. Todo proceso de memoria implica un proceso de olvido, pero un olvido que conlleva a un perdón; a recordar sin odiar, sin el peso de los rencores del pasado. En el relato hay, sin duda, una de las mejores herramientas para encarar la diferencia y demostrar que detrás de cada prejuicio hay un rostro, una voz, una piel; pero sobre todo, hay una historia, un relato que debe salir de los pequeños grupos donde se reúnen los que se sienten excluidos.
Las feministas, los movimientos LGBTI, los partidos afro, todos, deben empezar a mirar la narración que tienen cada uno desde sus propias vivencias. Esas personas por las que luchan, tienen algo que decir, que contar. Alzar la voz, no conlleva directamente a narrarnos. Pero cuando relatamos, necesariamente despertaremos interés en un inter-locutor que guardará en su memoria aquel relato.

Por: Márquez
Mendoza, Jorge. (2004). Las formas del recuerdo. La memoria narrativa. Athenea Digital, N° 006. Universidad de Barcelona. Barcelona, España.
Vázquez, Félix. (2001) La memoria como acción social: Relaciones, significados e imaginarios. Editorial Paidòs. Barcelona.

[1] En este texto se hará uso de la palabra diferencia, para referirse a aquellos individuos y colectividades que han sido vulnerados por la normatividad. Es decir, por todas esa normas que suponen la existencia de un orden que quiere ser perpetuado.

jueves, 3 de marzo de 2011

De Cartagena: el rompecabezas.





En la periferia.


El “keymer” suena en la gallera, y los “Keymeristas” danzan al son de cada canción, como poseídos por la música; como llevados por el ambiente; como si sus vidas en ese momento se detuvieran por el éxtasis. Ese espacio, se transforma en el lugar ideal de reconocimiento. Allí todos son parte de una misma fiesta, del mismo escape. Se sienten en la cúspide social.


Estos hijos de la tierra labrada a mano, son la parte que jamás se ve en un recorrido turístico. Son la sombra de la ciudad moderna y la histórica. Porque, ni tienen modernidad, ni edificios, ni hoteles lujosos, ni vista al mar y porque no tienen, casas históricas, ni plazas con monumentos a los próceres de la independencia… en fin, no tiene historia, ni nada que mostrar.


Estos recónditos lugares, solo tienen fealdad. Casas humildes y grises. Colores poco atractivos para el ojo extranjero. La gente de estos lugares, tiene “los Picós” para escapar a su realidad. Ya de por si viven en la periferia geográfica, y son re-afirmados como tales, por el imaginario: son marginales, viven al margen de esta ciudad. Allá, donde “El Keymer” arma la fiesta.


Ciudad [IN] justa.
En la carretera, el mototaxista y los policías motorizados estaban en medio de la disputa, mientras la gente se amontonaba a su alrededor. En medio de todo el alboroto, los oficiales apoyados por sus compañeros - otros oficiales que llegaron al lugar para ver como había ocurrido el accidente – insistían en la culpabilidad del civil.


La pantomima, producto de las evidentes diferencias que existen para aplicar la justicia en esta ciudad, daban por culpable –sin serlo- al hombre de tez negra y de formas hoscas a la hora de explicar su inocencia. Mientras, los oficiales - culpables ante la mirada de toda la gente que observaba - sabían que su culpa se esfumaba en los laberintos de una justicia por conveniencia.


La situación se desenredó fácilmente, los oficiales se llevaron a Miguel – el mototaxista- y los otros oficiales – los que causaron el accidente- tomaron su moto y se dispusieron a retirarse del lugar. La gente quedo impotente. Vieron como es claro, que la justicia en esta ciudad se aplica a unos pocos; los que menos influencia tengan: los más frágiles.
Por. Márquez.