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miércoles, 21 de agosto de 2013

Onomástico

Quisiera escribir un par de líneas que mostraran mi punto de vista freten a estas fechas, al menos unos reglones que dieran cuenta de mi forma de entenderlo, pero una vez más, como otras tantas, las ideas se me esfuman como arena que lleva el viento para crear dunas en otros lugares.  Viene a mi cabeza esa otra idea fatalista de un tiempo implacable y de un cuerpo expuesto a todos los ataques, como el anuncio de un apocalipsis que año tras año nos sonríe en la cara. Tengo la impresión de estar en medio de un acto teatral con un juego de luces en mal estado, que no permite que nadie sea realmente la estrella de la obra; los guiones siempre en construcción y el maquillaje, ¡se nos corre el maquillaje! Lo cierto es que los mejores momentos para creer en algo,  es cuando todo parece ir en nuestra contra.  Y los años, como las noches, son sólo ideas pasajeras de una existencia en pleno que va mutando.

Yo sigo siendo esto, solo esto. Veinte años: esclavo de ideas absurdas e imposibles. En medio de Cioran y de Nabokov. Jugando a ser letrado y esforzándome por manejar una buena ortografía, como forma de escapar a las curvas de las calles en la que los otros se amontonan para pasar las noches. Y el porno sigue allí, llamando silencioso en los rincones del cuarto. Yo sigo siendo esto, solo esto. Dan las doce de la noche y me descubro mayor. Siguen mientras tanto los vecinos armando rumbas por todo.

¿Para qué medir el tiempo?  Una mañana vi a mi abuela y se miraba al espejo, vanidosa aún, pero con un aire melancólico rodeándola. Estaba luchando con los años en ese momento; con su peso, con sus arrugas. Ya no bastaba el maquillaje ni los conjuntos hechos a su medida, ahora era preciso algo más. Necesitaba detener el tiempo, evitar la fricción del aire con su piel, tomar menos pastillas para evitar la congestión de gases. Ese día renunció a celebrar su cumpleaños. Un cumpleaños es básicamente un recordatorio de cuánto llevas con vida. Y todos te sonríen, te felicitan, se sienten felices por ti. ¿Y tú, cómo te sientes? ¿Y mi abuela, cómo se siente? Hay globos, música, bulla, y luego cansancio.

Pero las cosas no paran. Mi prima de quince, se preocupa por las dos tallas que ha aumentado. Y culpa a los años de su nuevo peso. Quiere volver a tener doce y la cintura de aquella época. Esconde la barriga para sentirse mejor consigo misma, y usa blusas un poco más amplias que la ayuden a fingir otra silueta.

Mi papá duerme y ronca. Tose de un momento a otro y lo veo reducido a un cuerpo maltratado por los años, por los daños, por los estragos. Tiene una cicatriz profunda en la frente que es la huella de otros años, y sigue agarrando el cigarrillo como siempre. Así pasan los años. Me pasan por los costados tocándome con cuidadito mientras los otros sienten su abrazo. Yo sigo siendo esto, solo esto: veinte años, una columna de libros por leer, los zapatos sucios, y las manos nerviosas.  

Quisiera escribir un par de líneas que mostraran mi punto de vista freten a estas fechas, al menos unos reglones que dieran cuenta de mi forma de entenderlo, pero una vez más, como otras tantas, las ideas se me esfuman como arena que lleva el viento para crear dunas en otros lugares.

Por: Márquez.