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lunes, 14 de marzo de 2011

El relato puede hacer la Diferencia.


Ser diferente[1] te coloca al margen de la sociedad, en un límite que te lleva a buscar “diferentes como tú”; porque la soledad, solo ayuda a sentir en mayores proporciones el peso de la marginalidad, del miedo que sienten los otros ante lo que no encaja en su universo de moldes, diseños y estructuras. Y es que la historia hace gala de ello, del afán de algunos por hacer homogéneos al resto. Ejemplo de ello son las mujeres, los negros y los homosexuales, por solo mencionar algunas poblaciones que durante la historia han sido vulnerados. Así, todo aquel que de una u otra forma, llega a ser tratado como un ser de segundo orden; desplazado por distintas razones, se enmarca en el límite de lo diferente.
Pero lo realmente preocupante, es que ese tipo de actos son aprehendidos y reproducidos en todas sus formas. Aun así, las luchas van encaminadas a combatir los imaginarios, las estructuras sociales e incluso, han buscado generar nuevas teorizaciones que ayuden a explicar las posturas que se toman frente a estas realidades.
Sin embargo, esas mismas luchas han olvidado un elemento fundamental en medio de todo su andamiaje: la memoria; Como ese elemento que se hace común a los habitantes de un mismo espacio geográfico y a los pertenecientes de una misma generación, que la transmiten a otros. La memoria, en medio de todos los movimientos, sigue intacta; llena de todos esos sucesos que han marcado el transcurso de la historia y con ello, todas las luchas que se han librado.
Pero no es lo único que se olvida en todo ese ambiente de búsqueda de igualdad y reconocimiento. La memoria, va de la mano de todos los relatos que se pueden generar de cada acontecimiento, de la forma como la sociedad termina narrándose a sí misma y su realidad. Como lo dice Félix Vázquez (2001) “no es la fidelidad salvada de lo que nos brinda la realidad lo que constituye un relato que es espejo de la misma, sino que es la utilización que hacemos del lenguaje la que nos permite conformar los hechos y la experiencia y dotarlos de significados”. Lo cual, nos lleva a pensar en el relato como una de las herramientas más importantes para la lucha en contra de las diferencias marcadas en la sociedad: el relato que habita en el lenguaje como forma de comunicarnos.
¿De qué forma? El relato pertenece a la memoria, y es resultado de la realidad misma de una sociedad. Por lo cual, la homofobia, el racismo y la misoginia, se vuelven parte de ese cuento que una sociedad como la nuestra posee. ¿Por qué? Pues, porque están arraigados en la memoria como parte natural de nuestro comportamiento, de nuestra realidad. Y es por ello que lo relatan, que lo cuentan, y luego, lo reproducen. Ya lo afirma Mendoza (2004) “nuestra experiencia de los asuntos humanos viene a tomar la forma de las narraciones que usamos para contar cosas sobre ellos” (Bruner, 1997, p. 152).
Por esto, los diferentes se agrupan. Para hallar relatos parecidos a los suyos; para encontrar en las memorias de esos otros como ellos, parte de su propia realidad; para re-conocerse en los que son comunes a ellos. Y todo esto produce, relatos marginales que nadie más escucha; que nadie más reconoce y que se quedan justo ahí, en la frontera de una realidad que se hace paralela al resto de la sociedad.
De esta manera, la memoria aloja ese esencialismo estratégico bajo el cual se justifica todos los actos violentos en contra de la diferencia. La memoria y sus relatos, olvidados en toda la lucha de igualdad, también hacen parte de esa serie de capas que cubren al hombre y transversaliza las esferas que lo constituyen. Quizás sea el momento de iniciar estrategias que busquen generar efectos en la memoria, en su construcción desde la intersubjetividad. Todo ello, para que se empiece a sembrar posibles cambios en las próximas generaciones, las que heredaran parte de nuestra memoria y por tanto, de nuestros relatos. No basta con alzar la voz, es necesario, empezar a contarnos; relatarnos como parte de una cotidianidad.
Así, la memoria y sus relatos ayudarían a llegar al perdón que se debe engendrar en los que han sido apartados, discriminados. El perdón, que representa un cambio en el relato, daría todo un vuelco a las formas de sensibilización del otro que está en el extremo opuesto de la víctima; el que fue victimario – intencionalmente o no-. Y la memoria, al ser como un “marco” para las experiencias y las vivencias de una colectividad, será reflejo de un perdón que engendrará nuevas formas de relacionarse sin el rencor de la historia.
Y es que, en todas estas colectividades vulneradas en sus derechos, hay un relato de su realidad que muchas veces no se ha contado. Se queda ahí. Todo proceso de memoria implica un proceso de olvido, pero un olvido que conlleva a un perdón; a recordar sin odiar, sin el peso de los rencores del pasado. En el relato hay, sin duda, una de las mejores herramientas para encarar la diferencia y demostrar que detrás de cada prejuicio hay un rostro, una voz, una piel; pero sobre todo, hay una historia, un relato que debe salir de los pequeños grupos donde se reúnen los que se sienten excluidos.
Las feministas, los movimientos LGBTI, los partidos afro, todos, deben empezar a mirar la narración que tienen cada uno desde sus propias vivencias. Esas personas por las que luchan, tienen algo que decir, que contar. Alzar la voz, no conlleva directamente a narrarnos. Pero cuando relatamos, necesariamente despertaremos interés en un inter-locutor que guardará en su memoria aquel relato.

Por: Márquez
Mendoza, Jorge. (2004). Las formas del recuerdo. La memoria narrativa. Athenea Digital, N° 006. Universidad de Barcelona. Barcelona, España.
Vázquez, Félix. (2001) La memoria como acción social: Relaciones, significados e imaginarios. Editorial Paidòs. Barcelona.

[1] En este texto se hará uso de la palabra diferencia, para referirse a aquellos individuos y colectividades que han sido vulnerados por la normatividad. Es decir, por todas esa normas que suponen la existencia de un orden que quiere ser perpetuado.