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miércoles, 20 de febrero de 2013

La Toalla Naranja.


Dicen que uno de los principales problemas con los que se enfrenta un escritor, o quien pretende serlo, es la llamada hoja en blanco. Y vaya que es un problema. La tienes enfrente y te da miedo, te aterra pensar que nada pueda llenarla o que, si algo lo hace, no sea realmente valioso. Y así estoy, frente a la hoja en blanco  que se levanta antipática con sus ojos directos hacía mí sin ningún temor, mientras yo bajo la mirada ante su presencia.

Quizás todo sea producto del mundo gris en el que me muevo. Tal vez he olvidado que el azul y el amarillo suelen dar verde. El punto es que intento y fracaso. Y vuelvo e intento y una vez más fracaso. Entonces llegan los sueños extraños en donde soy un gato o cualquier otra cosa o en donde me pierdo en medio de un pozo sin fondo. Es que posiblemente allí estoy.

Por lo tanto he decidido no continuar. Me rindo. Lo mejor que puedo hacer es renunciar a mis intentos fallidos y resignarme a ser un lector de aquellos otros que sí logran armar frases que los llenen. O qué se yo, dedicarme a cualquier otra cosa que no implique intentar describir lo que veo o lo que se me ocurre en esta cabeza llena de aire. A fin de cuentas, nadie va a extrañarme.

Pero ocurre que esta decisión me llena de más miedo. Me imagino pintando un cuadro cual Renoir y solo se me ocurren imágenes de puertas iguales a las de mi cuarto. Luego pienso en Frida, en su sufrimiento, y yo con esta vida insípida. ¿A qué debo reducirme? Entonces empiezo a dar vueltas, luego enciendo el televisor y miro la toalla naranja.  En ella puede estar la respuesta.

Verán. En mi casa todos usan toallas blancas. Pero un día salí a comprar una nueva y desde el principio ella me hacía ojitos. Me miraba coqueta y empezaba a llamarme con sus dedos de hilo. Era naranja. En la casa me miraron extrañados porque no había una sola prenda con la que pudieran echar a la lavadora esa toalla. Tocará lavarla sola, dijo mi mamá. ¿Ya van entendiendo? Yo sí. Quizás el asunto sea que no debo llenar una hoja en blanco, tal vez debo pintarla de naranja y empezar a escribir. Igual, ya nadie espera que sea como el resto. Todos me ven en distintos tonos de amarillo. 

Lo cierto es que del afán no queda sino el dolor de cabeza. Por eso voy paso a paso para superar mi miedo a la hoja en blanco. Es que como toda fobia tiene su tratamiento lento y doloroso. Pero sigo con mi toalla naranja contrastando con las demás de la casa, entendiendo porqué mientras todos quieren ser contadores… a mi me dio por ser poeta. 


Por: Márquez.