Dicen que uno de
los principales problemas con los que se enfrenta un escritor, o quien
pretende serlo, es la llamada hoja en blanco. Y vaya que es un problema. La
tienes enfrente y te da miedo, te aterra pensar que nada pueda llenarla o que,
si algo lo hace, no sea realmente valioso. Y así estoy, frente a la hoja en
blanco que se levanta antipática con sus
ojos directos hacía mí sin ningún temor, mientras yo bajo la mirada ante su
presencia.
Quizás todo sea
producto del mundo gris en el que me muevo. Tal vez he olvidado que el azul y
el amarillo suelen dar verde. El punto es que intento y fracaso. Y vuelvo e
intento y una vez más fracaso. Entonces llegan los sueños extraños en donde soy
un gato o cualquier otra cosa o en donde me pierdo en medio de un pozo sin
fondo. Es que posiblemente allí estoy.
Por lo tanto he
decidido no continuar. Me rindo. Lo mejor que puedo hacer es renunciar a mis
intentos fallidos y resignarme a ser un lector de aquellos otros que sí logran armar frases que los llenen. O qué se yo, dedicarme a cualquier otra cosa que
no implique intentar describir lo que veo o lo que se me ocurre en esta cabeza
llena de aire. A fin de cuentas, nadie va a extrañarme.
Pero ocurre que esta decisión me llena de más miedo. Me imagino pintando un cuadro cual
Renoir y solo se me ocurren imágenes de puertas iguales a las de mi cuarto. Luego
pienso en Frida, en su sufrimiento, y yo con esta vida insípida. ¿A qué debo
reducirme? Entonces empiezo a dar vueltas, luego enciendo el televisor y miro
la toalla naranja. En ella puede estar
la respuesta.
Verán. En mi casa
todos usan toallas blancas. Pero un día salí a comprar una nueva y desde el
principio ella me hacía ojitos. Me miraba coqueta y empezaba a llamarme con sus
dedos de hilo. Era naranja. En la casa me miraron extrañados porque no había una
sola prenda con la que pudieran echar a la lavadora esa toalla. Tocará lavarla
sola, dijo mi mamá. ¿Ya van entendiendo? Yo sí. Quizás el asunto sea que no
debo llenar una hoja en blanco, tal vez debo pintarla de naranja y empezar a
escribir. Igual, ya nadie espera que sea como el resto. Todos me ven en distintos tonos de amarillo.
Lo cierto es que del
afán no queda sino el dolor de cabeza. Por eso voy paso a paso para superar mi
miedo a la hoja en blanco. Es que como toda fobia tiene su tratamiento lento y
doloroso. Pero sigo con mi toalla naranja contrastando con las demás de la
casa, entendiendo porqué mientras todos quieren ser contadores… a mi me dio por
ser poeta.
Por: Márquez.