Hemos nacido tan cerca de él,
que nadie lo cuestiona. Nadie pone en duda su existencia; como si fuese
demasiado obvia para sugerir que, quizás, es solo un sueño colectivo. Que todos
nacemos para caer en el juego de imaginar un espacio lleno de agua que almacena
en su interior un poder secreto. Nadie se cuestiona el mar. Ni sus olas, ni su
espuma, ni ese sonido que viene con él por las noches. Ni ese miedo que produce
la oscuridad que lo abriga mientras sus aguas siguen cantando como sirenas de
mil años.
Ha estado por tanto tiempo
ahí, que nadie sospecha de él. Nadie piensa que un día podría levantarse y con
una sola de sus piernas hundiría el mundo que conocemos. Lo vemos ahí, tragarse
el sol cada tarde. Anidar en su vientre montones de peces y algas. Teñirse de
los más variados colores. Enfurecer durante los días de lluvia. Comerse
kilómetros de playa.