En Cartagena no hay negros. Créanlo, no los
hay. Existen trigueños, morenos claros, morenitos, piel acanelada; pero negros,
jamás. En esta ciudad de pieles oscuras, ser negro es una vergüenza. Es más,
serlo, te pone en peligro de ser excluido e incluso atacado. ¿Recuerdan a la
chica que no dejaron entrar a la discoteca por negra? ¿O ya olvidaron a la
muchacha negra con sus amigos gays a los que les dispararon balines? Pues bueno,
si lo olvidaron recuérdenlo, porque esos son sólo algunos ejemplos.
Vivimos en una Ciudad de irreverencias y
ridiculeces. Con el endorracismo a flor de piel. Aquí negro no vota por negro.
Y en los restaurantes, los exclusivos, si estas en compañía de un extranjero entonces
eres un poco blanco. Es cuando uno reflexiona y se da cuenta, que la ficción es
muy parecida a la realidad. ¿O era al revés? Quizás por eso, el sueño de nuestras vidas es conocer un extranjero que nos saque de pobres.
Miremos el
siguiente caso: en las propagandas contra la violencia de la mujer,
aparecía el rostro de una negra con una lágrima como portada de la
campaña. Y no es que todo lo transformemos en problema, pero me surge una duda:
¿No maltratan a las mujeres de tez clara? ¡Ah, cierto! En esos casos si somos
una ciudad de negros. Pero para entrar a las discotecas, tenemos que pensarlo
dos veces.
Y no es solo eso. Aquí, para la administración
local el tema Afro es una viñeta en sus agendas de programación que llenan con
actividades de danza y canto. Los negros son la minoría. Existimos, cuando se trata de mostrar al mundo
que somos un país multiétnico y pluri-cultural. Y cuando Cartagena, se muestra
como una ciudad para todos. Del resto, somos esa parte de la
población que vive en ciertos barrios – más en unos que en otros-. ¿No se han
dado cuenta cuan negros somos? Salgan a las calles y reaccionen.
Pero allí no acaba todo. Miren como nos
esforzamos por blanquearnos. El cabello rubio, los lentes de contacto azules, y
en fin. Tantas formas para parecernos más a esos otros que tiene la libertad de
andar por donde se les antoje. Aunque, cabe aclarar, ser negro es algo
complicado. Pero ser negro y pobre, es una maldición. Tanto así, que ser pobre
y tener la piel clara te acerca más a los negros que a cualquier otro grupo.
Sentimos vergüenza de nuestra historia. Estamos
cansados de ser los que deben agachar la cabeza. Si antes fuimos esclavos,
ahora, cuando hablan de negros se remontan a la palenquera, al que vende frutas,
al raterito de barrio o al que vive lejos y en condiciones deplorables. ¿Sólo somos
eso, acaso? Nos hemos olvidado de la imagen que debemos tener de nosotros
mismo.
Si debemos llamar a alguien a la reflexión, es
a nosotros. ¿Cómo exigir que nos vean de una manera distinta si nosotros mismos
no nos vemos de otra forma? El cambio debe ser desde adentro. Desde esos que le
dicen al otro: “negro tenias que ser”. O de ese otro, que al saber que es un
negro el que tiene al lado agarra su bolso con mayor fuerza. Y del que siendo
negro, jamás reconocerá tal cosa.
Debemos buscar, por todos los medios, dejar atrás
esa satanización a la que nos había condenado la religión. Dejar atrás, esa
idea que lo único grande que tenemos es la boca, el pene o el culo. ¿Y los cerebros?
Hay que hacer más campañas como la que emprendieron los niños de un barrio de
la ciudad para re-significar una frase tan peyorativa como “negro tenías que
ser”. Hay que creerse la putería y mover las caderas satánicas que tenemos. Pero
también, hay que ser médicos, abogados, filósofos, comunicadores,
historiadores, antropólogos, luchadores. Debemos mostrar que somos, como todo
en Colombia, una amalgama de diferencias y similitudes. Un universo diverso y
rico en posibilidades, tan útil para esta sociedad como cualquier otro.
Por: Márquez.