Conseguí una foto de ella. En
ese instante dejaba de ser un nombre sin rostro, para tomar una forma, un
color, una textura. Delia estaba en esa foto aparentemente feliz. Levantaba la
mirada al cielo, con sus ojos color ceniza, aquel moño de bailarina experta y
una sonrisa que se dibujaba amplia en su boca. Llevaba un aire de elegancia e
irradia una fuerza que se gana con los años. Es Delia la de la foto y
seguramente estaba bailando.
Los que llegaron a conocerla
hablan de su ímpetu, de su amor por la cultura, de su incansable búsqueda por
descubrir esas manifestaciones de movimiento propias de la gente cercana a las
costas. Sus allegados la van relatando como una mujer que iba formado grupos y
dejando en ellos la inquietud por la danza.