Conseguí una foto de ella. En
ese instante dejaba de ser un nombre sin rostro, para tomar una forma, un
color, una textura. Delia estaba en esa foto aparentemente feliz. Levantaba la
mirada al cielo, con sus ojos color ceniza, aquel moño de bailarina experta y
una sonrisa que se dibujaba amplia en su boca. Llevaba un aire de elegancia e
irradia una fuerza que se gana con los años. Es Delia la de la foto y
seguramente estaba bailando.
Los que llegaron a conocerla
hablan de su ímpetu, de su amor por la cultura, de su incansable búsqueda por
descubrir esas manifestaciones de movimiento propias de la gente cercana a las
costas. Sus allegados la van relatando como una mujer que iba formado grupos y
dejando en ellos la inquietud por la danza.
Por eso te imagino danzando
Delia, en medio de los cuerpos negros, como una llama de vela que lucha contra
el viento para no apagarse. Te veo allí, en medio de todos, al son de un
merecumbé, con el cuerpo extasiado de música y con los pies y las caderas
desatados por un demonio que intenta liberarse.
German Arciniegas intentó
esbozarte, contando aquella ocasión en la que reuniste treinta y cinco mil pesos
y te fuiste a parís con Manuel y con tus negritos. Contó cómo la música vivía
con los negros de aquella época, como si hubiese brujería en cada movimiento. Y
ahora, Delia, la gente sigue bailando. Cartagena baila todo el día.
Pero te moriste y tu legado
está deambulando en las mentes que aún te recuerdan. ¿Y si te olvidamos, Delia?
Por eso, lo mejor es que bailes, Delia, que bailes. Porque contigo la danza se
sustentaba en un discurso, ibas a los rincones a conocer cómo se movían. A
entender porqué lo hacían de esa manera. A rescatar movimientos y pasos. ¿Y
ahora? Baila, Delia, baila.
Cuenta Lourdes que quería
conocerte cuando llegaste al Chocó, pero no pudo. Que todos hablaban de ti, de
una mujer elegante que bailaba cumbia. Ella quería bailar y enseñarte cómo se
bailaba el currulao. Era un intercambio, decía. Pero te conoció mucho tiempo
después, ella cuenta, y tú viajabas a otras partes con tu grupo y ella tenía
que quedarse porque trabajaba. Ensayaban en el Teatro Heredia, y la negrita de
Lourdes empezó a bailar con tu grupo y participó en las muestras locales y
nacionales.
¿Qué queda de la danza de los
gallinazos? ¿Dónde están los cabildos de los barrios? La gente olvida, Delia, y
te olvida a ti. Por eso baila, Delia, baila. Porque tu trabajo empieza a
perderse, se ha hecho sombras en medio del afán por moverse sin pensar en el
significado de cada paso, como si el cuerpo no tuviese razones o como si no
existiese una historia detrás de cada baile.
Te imagino con tu atarraya pescando bailarines y movimientos. Te imagino como en esta foto, sonriente, con los ojos al cielo, y el cuello trazando una línea admirable que empieza en la columna. Entonces veo las caderas y tus pasos, el ritmo. Veo a Delia, siempre Delia, bailando.
A Delia Zapata Olivella
Por: Márquez
3 comentarios:
Hay que tallerearnos, amigo. Me gusta tu texto, es muy musical. Usas el estribillo de baila, Delia, baila, y le das un ritmo al asunto. También siento que mezclas bien tu denuncia con tu rememoración.
Lo que quiero decir es que en general me parece un texto encantador.
Que bueno que a uno lo recuerden así.
Que bueno que a uno lo recuerden así.
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