Afuera llueve. Lo sé porque
escucho las gotas en el techo. Pero no es solo por eso. También lo sé porque
cuando la lluvia empieza a caer en las noches, algo pasa en el ambiente. Es
como una quietud extraña, el presentimiento de algo mayor. Como si la lluvia no
fuese solo la lluvia, sino que además, mucho más allá, algo ocurriera. Quizás
los dioses aprovechen la lluvia para salir de su escondite y recorrer el mundo:
navegando entre arroyos y corrientes de agua lluvia. Dentro, en mi cuarto, el
mundo está quieto. Suenan Los Prisioneros, es parte la programación que
realizamos para un programa de radio en la universidad. El baile de los que
sobran. La escucho en ese vacío de paredes. Vacío. Paredes. “Únete al baile,
nadie nos va a echar de más”. Afuera,
los dioses deben estar jugando al escondido, haciendo de las calles su
territorio de fábula. Adentro Ekhymosis, “estoy solo y pienso que”… la música,
toda la música del mundo no alcanzaría para cubrir los espacios que quedan
entre mis dedos y mis ganas de escribir cuando algo parece taponar el impulso.
¿Cómo se escapa a las
expectativas? Tener una misión en el mundo parece ser un requisito necesario.
Como casarte, tener casa, carro, una nevera con comida. Nada de eso. Libros, una pila de libros leída que se caiga
en el pasillo y en la sala, en el baño, en el cuarto. Libros que hablen de
cosas distintas, que un día cuenten sobre dos niños que se pelean por
determinar qué parte del pez gigante que atraparon se llevarán cada uno: ¿la
cabeza o la cola?, y al otro día, cuenten sobre una mujer que ama a un balcón y
este se cae. Y que yo pueda ser el pez y el balcón, al mismo tiempo, y de
formas distintas. A veces un pez negro y en otras ocasiones un balcón estilo
republicano. O un pez-balcón estilo barroco. O lo que sea. ¿Cómo se escapa de las
expectativas? (CLICK EN SEGUIR LEYENDO)