En cien años de soledad,
los habitantes de Macondo se enfrentan a la perdida de la memoria. Un
suceso que los envuelve a todos. Empiezan a olvidar el nombre de las cosas y
van creando mecanismos para detener lo inminente. Escriben el nombre de cada cosa,
pero luego olvidan para que se usan. Entonces escriben el nombre y la utilidad.
Es cuando empiezan a olvidar cómo leer las palabras. Una metáfora perfecta de
esa angustia que nos produce quedar en blanco, quedar sin nada que nos una a nuestra vida. ¿Existe una vida sin
recuerdos? ¿Habrá acaso una existencia por fuera de la memoria?
Muchos hablan sobre el olvido. Sobre cómo llegaremos a ser
eso de lo que tanto huimos. Un día simplemente nadie nos recordará. Entonces,
toda nuestra lucha por permanecer quedará reducida a eso. A nada. Como si el
final de la vida fuese ese. Por eso,
cuando hablamos de la memoria y de todas las formas del recuerdo, desembocamos
ahí, en ese olvido inminente. Hablamos de cómo la memoria termina siendo casi
que un asunto de alquimia. Nunca sabemos dónde comenzó la memoria, ni dónde
terminó. Solo sabemos que un día estaba ahí. Pero ese lugar en el que
almacenamos todo, va dando paso a recuerdos más recientes. Una vez más aparece
el olvido. Se hace necesario dejar de
lado ciertos momentos de la vida, para tener el recuerdo de otros más
importantes, sorpresivos, impactantes, ahí vigentes, brillantes. Por eso
decimos que hacer memoria es hacer olvido y que ese olvido está repleto de memoria.