Vistas de página en total

miércoles, 6 de julio de 2011

Un Vinito Blanco.




Pues, Cosmopolita, lo que se dice Cosmopolita, nunca he sido. Yo solo conozco mi ciudad, bueno, no en su totalidad. Ya saben. Esos barrios que uno escucha mencionar y que dice ¿Dónde queda eso? Así, muy parecido me ocurre a menudo. Y no es que sea una ciudad muy grande, o que yo sea ese tipo de personas que excluyen al otro por su estrato – vengo de uno muy bajo- , si no, que al parecer, nunca recorremos totalmente los caminos que tiene nuestra propia ciudad.
 
El punto aquí, es que eso de ser una persona de amplios horizontes geográficos no es una de mis características. Pero hago mis mejores intentos para ser parte de ese selecto gremio. Aprendo inglés como segunda lengua, para estar siempre a la altura de los tiempos. But, I need to improve my pronunciation. Leo literatura de algunos autores de otros países y además, estoy dentro de un club de danza contemporánea: nada más cosmopolita que saber mover los pies o la cintura, al son de cualquier tipo de música.
 
Sin embargo, siento que me cuesta trabajo la cosa. Eso de combinar una camiseta amarilla de franela con un pantalón corto azul cielo y unos zapatos color café, no va conmigo. Además, los accesorios extravagantes me dan algo de vergüenza. Collares de bolas extra-grandes de colores exóticos, son un ejemplo de lo que no usaría.
 
Pero, aun así lo sigo intentando. Fui aquella noche, a una de esas fiestas electrónicas que organizan en hoteles del centro de la ciudad. Esas mismas, donde ves gente de todas partes conversando alegremente mientras la música hace ¡Chis Pum! ¡Chis Pum! Me dolía la cabeza. No entendía nada. Unos jugaban billar. Otros estaban por ahí, - a esos ni siquiera les entendía lo que hacían -. Y ella, la chica drogada, bailaba colocando medio cuerpo tieso y agitando una pierna sin sentido alguno. Mis clases de baile, ante eso, se reducían a una pantomima sin sentido y hasta pasada de moda.
 
Dentro de toda esa gente extasiada, estaban los dos chicos que había visto comprándole a un jibaro en una esquina una bolsita con polvos blancos. Esos que los ponen más eufóricos, que los acerca más a la contemporaneidad, los hace más In y elitistas. Definitivamente, no entendía nada. ¿Cómo pueden bailar esa música? A mí que me pongan al Joe, a Diomedes, a Petrona o a los Aterciopelados.
 
Ese mundo de las fronteras expandidas, de los mundos explorados, de la inmersión de otras culturas no debería exigirme ser un anti-yo. Pero, en las esferas en las que me desenvuelvo los únicos aventajados, los adelantados, han sido los exóticos ¡Sí, esos! Los que son insoportables hablando de Sartre, de Lenin, y de García Márquez y el realismo mágico. Y los que sienten que su ombligo está sembrado en Europa o cualquier otro lugar del mundo ¡porque es más culto!
 
O esos otros, que se desgastan determinando cual es el buen cine, asumiendo su gusto como el acertado. Los que escuchan a Mozart y a Charlie García para tener orgasmos mentales, sin profundizar en el asunto. Y se declaran de izquierda, al mejor estilo del Ché, o Geeks del ciberespacio - por poco fundan la competencia de Microsoft-. Y yo, un pobre mortal.
 
Esa noche, luego de salir decepcionado de esa fiesta tecno, teniendo claro que jamás sería tan cosmopolita como para entrar en las altas esferas de la intelectualidad me fui a un bar de esos poco decentes y me cruce de piernas para, al menos, fingir ser uno de esos poseedores de la verdad.
 
Se me acercó una mujer medio ficticia –no solo por la silicona- si no, por sus ademanes de una Marilyn Monroe reencarnada, ¡hasta vestido blanco llevaba! Me sonrió y con su dedo en mi pecho me pidió que la invitará a un trago. ¡Al menos plata tenía! Bueno, ya saben cómo es eso de tener plata ¡70.000 incluido el Taxi!
 
Sin duda alguna, me alegró la noche. No me habló de lo efímero del mundo o de las causas del escepticismo electoral. Pero me contó chiste buenísimos, de esos con doble sentido. Terminé en su cuarto, bastante aliviado. Entendí que si al menos no lograba entrar en las esferas de los Oráculos del conocimiento, podía tener buen sexo.
 
Pues, Cosmopolita, lo que se dice Cosmopolita, nunca he sido. Tengo pensado un viaje a la capital, para presumir tener, cuando menos, unas horas de vuelo. Fumar no es mi fuerte, suelo ahogarme. Así que por eso no le entro a la Marihuana. En estos días, los he visto de lejos, todos rellenados en sus puestos. Satisfechos. Con sus ropajes, porque no se visten como los mortales. Ellos están más allá. Prefiero, desde entonces, seguir en mi mierda, con mis líos y con un buen sexo.

Por: Márquez.