En casa de mi abuela hay unretrato. En él, aparecen mi mamá y mis dos tíos cuando eran niños. El mayor de
los tres está a la izquierda sosteniendo al bebé que es mi
tío el menor quien aparece sentado en un taburete de esos que forraban con
cuero de vaca, y a la derecha se ve la niña que era mi mamá, tapándose la boca. Aquel retrato cuelga en la pared, como
señal de un pasado caprichoso que se encierra en aquel rectángulo, en los ojos
de aquellos niños, para recordarnos con nostalgia que el tiempo siempre sigue
su curso. Como en la Tierra y la Sombra,
película colombiana ganadora de la Cámara de Oro a la mejor ópera prima en el
festival de Cannes, en la que el tiempo sigue su curso dejando un halo de
nostalgia y abandono a su paso.
En la primera escena vemos
el regreso de un hombre (Haimer Leal) que, tras años de haber abandonado su
casa, vuelve para cuidar a su hijo enfermo (Edison Raigosa) mientras su mujer (Hilda
Ruiz) y la esposa de su hijo (Marleyda Soto) tienen que trabajar como cortadoras de caña.
Llega a la casa para ser recibido por su nieto (José Felipe Cárdenas), un niño que
lo primero que hace es preguntarle si él es su abuelo. Aquel cuadro, en el que
el niño y el hombre se encuentran en la puerta, podría ser un retrato, una
señal del encuentro de dos tiempos: el pasado representado en el hombre que
regresa y el presente, encarnado en la inocencia de un niño que vive rodeado de
adultos. Pero al mismo tiempo, ese encuentro en una apuesta por un cambio hacia
el futuro.