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domingo, 29 de septiembre de 2019

Agua



Después de la lluvia queda el agua lavando el suelo. Corrientes que se llevan lo que sobra. Los restos de la ciudad que nadie quiere. Con la luz, el agua es como un espejo en movimiento. Pero esa ciudad que se refleja en el fondo, no es la ciudad. Ni yo soy yo, aunque sea mi cara la que aparezca en el fondo del charco. Ese otro es demasiado limpio, no tiene dudas en los ojos, ni guarda un silencio entre pecho y espalda, como la culpa. Ese otro es una imagen que desaparece cuando el agua cesa, mientras este yo que soy, sigue aquí, a pesar de la lluvia  y el sol. Incrustado, como una uña.

Suelen ser así las noches frías. Una idea aparece y va calando en los rincones, haciendo de las columnas, polvo, dejando que los techos caigan, con sus recuerdos amontonados.  Imagino a un niño de pelo revuelto, su miedo a las casas solas. Unas manos que recorren los lomos de los libros y que se pierden, luego se escuchan las conversaciones, alguien conversando con personajes que nadie más ve.  (DAR CLICK EN SEGUIR LEYENDO)

viernes, 14 de junio de 2019

Hecho con un pincel pequeño




Hay una línea que une un recuerdo a otro, un suceso ocurrido años atrás con algo más reciente. Un hilo, podría decirse, que termina atando dos extremos. Pero es una tarea compleja explicar cómo opera la memoria en esos casos. Por mi parte, debo reconocer que vivo en una línea intermedia entre dos extremos de la memoria; que me reconozco viviendo, aquí y ahora, con la sensación de haber estado recorriendo pasos similares, en otra época. Tal vez por eso, mientras subía la montaña en Santa Marta, dando pasos para llegar al Mirador de los Pinos, sentía estar caminando, como cuando era niño, las calles de Mandela


Recuerdo que en esa época mis pasos intentaban ser más veloces. Perseguía los pasos de mi mamá, por la calle oscura que parecía ser eterna. Siempre nos deteníamos antes de entrar en ella, nos hacíamos la señal de la cruz, mirábamos la oscuridad la luz de las lámparas no era suficiente, el monte que crecía en ambos lados del camino, un monte inmenso para mis ojos de niño. Parado ahí, imaginaba los peligros: una serpiente gigante, un hombre que quisiera hacernos daño, la misma oscuridad cayendo sobre nosotros. Después de ese acto de fe, empezábamos el camino intentando andar lo más rápido posible, casi al trote. En Santa Marta, subiendo la montaña, seguía otros pasos, pasos más veloces, más largos que los míos, pero ahora no existía ningún temor. Tal vez el vínculo eran los pasos que querían llegan a un lugar, que atravesaban la naturaleza, o que recorrían un camino que resultaba en cierto modo desconocido. (DAR CLICK EN SEGUIR LEYENDO)