Después de la lluvia queda el agua lavando el suelo. Corrientes que se llevan lo que sobra. Los restos de la
ciudad que nadie quiere. Con la luz, el agua es como un espejo en movimiento. Pero
esa ciudad que se refleja en el fondo, no es la ciudad. Ni yo soy yo, aunque
sea mi cara la que aparezca en el fondo del charco. Ese otro es demasiado
limpio, no tiene dudas en los ojos, ni guarda un silencio entre pecho y espalda,
como la culpa. Ese otro es una imagen que desaparece cuando el agua cesa, mientras
este yo que soy, sigue aquí, a pesar de la lluvia y el sol. Incrustado, como una uña.
Suelen ser así las noches
frías. Una idea aparece y va calando en los rincones, haciendo de las columnas,
polvo, dejando que los techos caigan, con sus recuerdos amontonados. Imagino a un niño de pelo revuelto, su miedo a
las casas solas. Unas manos que recorren los lomos de los libros y que se
pierden, luego se escuchan las conversaciones, alguien conversando con
personajes que nadie más ve. (DAR CLICK EN SEGUIR LEYENDO)