Enciendes el televisor
después de medianoche y encuentras a dos mujeres hablando del futuro de otras
personas. Dicen poder ver en las cartas
las cuestiones más decisivas de tu vida, poder escudriñar y descubrir eso que
intentas ocultar. Los astros, las constelaciones, todo el universo conspirando
para orientar tu vida hacía algún punto. Esa es la esperanza, creer que una
fuerza más allá de nosotros nos ayuda a orientar el camino, que las cosas que
nos ocurren aquí en la tierra no son el resultado de nuestras acciones, sino el
producto de una línea trazada por quienes conocen de antemano el propósito de
nuestras vidas.
El programa continúa y las
llamadas no se hacen esperar. La gente pregunta por su situación económica, por
su relación con tal persona, por el trabajo que tanto desea. Y la respuesta siempre está ahí, llena de
generalidades, jugando con las expectativas que uno mismo se hace sobre las
posibilidades de que algo bueno pase. La astrologa, sonriente, mira con tranquilidad,
envuelta en su aura de autosuficiencia y superioridad, mientras dictamina lo
qué es y lo qué no es sobre la vida del televidente de turno que esté al teléfono.
Todo parece un montaje – y seguramente
lo es- cada llamada, cada pregunta. Pero, cuando recuerdo lo que alguna vez leí
comprendo lo preocupante del asunto. Los
entendidos de la comunicación dicen que los medios ayudan a construir
realidades; que lo que vemos en la pantalla del TV, lo que leemos en el periódicos,
lo que escuchamos en la radio y lo que internet nos ofrece, lo validamos constantemente
cuando salimos a la calle o cuando vemos que otro medio dice lo mismo, y
empezamos a hacernos una idea del mundo que vaya acorde con esas imágenes. Lo que
termina siendo un círculo que no tiene claro su comienzo ni su final. ¿Qué pasa
entonces con esos programas que parecen no ser tan complejos?
Cuando alguien enciende su
televisor, me lo imagino viéndolo y preguntándose por su suerte. Queriendo hacer
la llamada para obtener esa respuesta inspiradora que lo haga creer que aún es
posible. En un país que cada día nos muestra su lado más oscuro, en el que los
medios sirven a una maquinaria que lo acapara todo, los astros son el libreto
que dios nos dejó para que encontráramos el camino. Una suerte de mapa que nos
permite identificar el camino correcto. Por eso, esa pantomima mediática de
medianoche, sirve para captar la atención de algunos que no puedan dormir por
las preocupaciones y que, luego de ver el programa, quieran acercarse donde un
experto de esos a conocer su futuro antes de que le llegue.
Las líneas de la mano, el
iris del ojo, la taza de café, el tabaco. Todos esos medios para poder descifrar
qué nos viene. Y las abuelas llenas de ilusión corren a prevenirse, escuchan
con atención a Janin o al Profesor Salomón, para saber qué tienen que decir
sobre Géminis o Piscis. La mamá de mi amigo va donde un señor que sabe
interpretar los sueños, como José en la biblia. Esperanza. Todos buscan
esperanza. Como el papá de Andrés que cada quince días se toma una taza de café
y la guarda hasta llegar donde la vieja Clotilde. Y sale sonriente porque le dijeron que todo
iría bien.
Los medios abren espacio a
esos espejismos de esperanza para satisfacer a un público que lo pide (?), pero
se niegan a otros espacios (digamos, más críticos, más propositivos, mejor
pensados). Por suerte esas mujeres solo aparecen en el horario de la
medianoche, casi junto al programa sobre la defensoría del televidente. Es que
es más sencillo, luego de horas de farándula y telenovelas, entregarle a la
gente capsulas de ilusiones en las que la vida parece un cuento, que como todo
cuento, tiene un posible final feliz. Y bajo esa premisa la gente vive feliz,
todos vivimos felices, buscando en las estrellas la respuesta a nuestras
miserias. Y lo peor, es que consciente
de todo esto, no apagué el televisor hasta que no hablaron de mi signo.
Por: Márquez.