"Estar despierto" trae su propia responsabilidad, una pulsión de amor por el otro. IlBambino.
Hace días intentaba escribir
un post sobre un cartel que vi en un puesto de salud que ya debería estar listo
para atender a no sé cuantas personas. El cartel, era la voz de alguien que se
atrevió a decir “elefante blanco”, como protesta al engaño que ha representado
ese lugar para todos los habitantes de ese sector. Les hablo de la esquina
de la cruz roja, paso necesario para todo los que cogen microbús y se bajan por
el estadio de San Fernando y toman caminos a los distintos barrios que quedan
por esos alrededores. Un espacio clave en la geografía de la gente, tanto así,
que aún hoy, cuando el puesto de salud que conocían con ese nombre no existe,
todos entienden de qué lugar hablan.
En aquella ocasión el texto
empezaba así: “estamos acostumbrados a
resignarnos a lo que nos toca. A pensar que el gobierno nos hace favores. Vamos
por las calles lamentándonos de la situación actual mientras disculpamos con
argumentos flojos la falta de compromiso de quienes ostenta el poder. Se nos olvida por completo cómo llega toda
esa gente a ocupar sus cargos.
Yo
mismo me he visto reducido al silencio cuando veo a una señora lanzar la basura
por la ventana del bus, en un acto mecánico que no le despierta el menor
conflicto. Uno de tantos comportamientos que hemos llevado a la cotidianidad de
nuestras vidas, como algo normal que no debe generar el mínimo asombro. Sin
embargo, iba caminando cuando descubrí una señal que me mostró que, tal vez,
aún hay posibilidades”.
Ahora que lo pienso, si creo
que haya posibilidades. Pero decidí cambiar la intención del texto, porque el
anterior iba cargado de demasiada desesperanza.
Lo que aquel cartel muestra,
es que existe una inconformidad en nosotros. Que en el fondo sabemos que debemos
reaccionar, pero pasa algo. Es como un letargo, es la costumbre a pensar que
vendrá un ser divino y traerá la justicia. No obstante, el germen sigue allí, taladrando
en la cabeza de todos. Hablándonos en voz baja para ir dejando esa sensación de
vacío, de desigualdad.
Por eso, creo en la gente
joven. En los que se sientan a cambiar el mundo con palabras. En los que se
cuestionan el sistema. En los que se siente llamados al arte, la política, los
medios, la ciencia, la revolución. Creo en todos esos locos, que andan por el
mundo creyendo en proyectos que nadie financia. Pero seguía faltando algo.
En estos días llegó como
iluminación. Si, hacía falta algo. Faltaba amor. Una pulsión de amor, como dijo
mi amigo. Porque para despertar en esta ciudad que, como bella durmiente espera
su príncipe, se hace necesario liberar ese pulso de amor por el otro, esa
capacidad de ponernos en el lugar del vecino, de darle la mano, de decirle “no
tire la basura por la ventana”. Hace falta que algo nos trastorne y nos haga
actuar. Que nos saque del confort, de los cuartos, de los blogs, de los
computadores. Necesitamos amar una causa más allá de nosotros, para que el somnífero
deje de hacer efecto y sintamos la necesidad de arder.
Hagamos arder a Cartagena. Hagamos
que la gente sienta que el único miedo posible es el de morir encerrados en
nuestras casas, en nuestros cuartos, esperando la salvación. Salgamos a
comernos la ciudad, a exigirle a la clase dirigente, salgamos a montar a nuevos
nombres y nuevas caras en esos cargos. ¡HAY QUE DESPERTAR! Más carteles como
los que vi, más gente loca liderando el mundo.
Por: Márquez.
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