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martes, 30 de enero de 2018

Las grietas



Mi abuela está triste. Lo sé porque el sonido de la cocina no es el mismo. Antes, era un coro desafinado de platos, ollas y vasos. Ahora, es un eco nostálgico, un silencio prolongado, como si las cosas cayeran perezosas por el efecto de la gravedad, sin ninguna gracia. Los primeros días, cuando la casa quedaba a oscuras y llegaba la hora de dormir, me costaba conciliar el sueño. Por momentos, despertaba y podía escuchar ese sollozo profundo, seco, que venía del cuarto de al lado. Era mi abuela.

¿Cómo abrazarla y sanar ese dolor? Hay algo que se escapa de nuestras manos y es eso. El dolor ajeno. Por más que quería, solo me era posible estar a su lado, esperando que mi compañía le regalara algo de calma. Pero ni de eso estoy seguro. La ausencia de un hijo la acompaña ahora. Una ausencia que se manifiesta de infinitas formas: cando el teléfono suena y no es él, cuando mira los caballos en la televisión, cuando alguien la llama a decirle —después de estas semanas, que se acaba de enterar y lo siente mucho. De infinitas formas. (CLICK EN SEGUIR LEYENDO).