Vistas de página en total

domingo, 29 de septiembre de 2019

Agua



Después de la lluvia queda el agua lavando el suelo. Corrientes que se llevan lo que sobra. Los restos de la ciudad que nadie quiere. Con la luz, el agua es como un espejo en movimiento. Pero esa ciudad que se refleja en el fondo, no es la ciudad. Ni yo soy yo, aunque sea mi cara la que aparezca en el fondo del charco. Ese otro es demasiado limpio, no tiene dudas en los ojos, ni guarda un silencio entre pecho y espalda, como la culpa. Ese otro es una imagen que desaparece cuando el agua cesa, mientras este yo que soy, sigue aquí, a pesar de la lluvia  y el sol. Incrustado, como una uña.

Suelen ser así las noches frías. Una idea aparece y va calando en los rincones, haciendo de las columnas, polvo, dejando que los techos caigan, con sus recuerdos amontonados.  Imagino a un niño de pelo revuelto, su miedo a las casas solas. Unas manos que recorren los lomos de los libros y que se pierden, luego se escuchan las conversaciones, alguien conversando con personajes que nadie más ve.  (DAR CLICK EN SEGUIR LEYENDO)



Alguna vez pensé que una casa sola era caer al vacío. La sensación de no tener certezas, la sospecha de un cuerpo vulnerable. Necesitaba el ruido de otras personas, la seguridad de otra presencia, algo que me garantizara una compañía. Pero eso pasó. Con el tiempo pensé otras cosas. La casa vacía se me antoja liberadora. Hay algo en el silencio que me permite estar acostado (sentado) con la tranquilidad de saberme en calma. Tal vez es que he recorrido muchos pasillos ruidosos. Tal vez fui descubriendo que las compañías también exigen ciertos dolores. Miro por la ventana, son las 4:50 am, la calle, el vacío de los postes, esa posibilidad de existir en las líneas oscuras sin necesidad de decir una sola palabra.

En la serie, un hombre de edad avanzada acaba de jubilarse. Solía dar clases y esa era su vida. Sin eso, ahora es un ser temeroso, cree que se va a morir. Lo que él no sabe es que ya está muerto. Murió cuando le dijeron que no podría trabajar más. En ese instante. Y ahora es solo un cascaron sin propósito. Podría ser la imagen en el fondo de una corriente, después de la lluvia.

Mi papá llama. Mañana cumple tu abuela, papi, me dice. Y yo le digo que sí, que ya sé, que mañana iré. Y me siento distante, frío. Soy agua que recorre las calles, agua silenciosa que carga en sus entrañas tierra, botellas de plásticos, vidrio, ropa, llantas. Soy agua, una sustancia sin ascendencia, sin árbol genealógico, sin raíces. Mi vida es recorrer las calles, hasta desaparecer. ¿Vas a venir?, vuelve a preguntar. Sí, sí yo voy. Desde la esquina, unos ojos me miran, son ojos tristes, grandes, apagados, ¿de quién son?

En la serie un hombre joven llega corriendo a la tumba de su madre. Se sienta a su lado y mira el horizonte. Podría ser yo, pero aún no lo soy. Estoy sentado en la cama, pensando, mirando al techo y pensando. Me pregunto cuándo se es suficientemente bueno, si es necesario serlo. Eso que nos decían en el colegio, de que para ser santos debíamos estar siempre alegres, a veces me resulta un poco exigente. Tenía doce años y no podía estar siempre alegre. A veces tenía hambre y debía estar clases de matemáticas. Pero eso no lo sabe ese otro yo que se refleja en la corriente de agua mientras estoy sobre la moto, rumbo a la casa de Howard.


Por. Márquez


1 comentario:

Umut Pajaro Velasquez dijo...

Me gustó todo, en especial la parte de la casa sola o en soledad, como que resumen allí bien la sensación que envuelve todo el texto.