>> Una
moneda
─Joven,
regáleme una monedita─dijo el hombre en la calle.
Lo miré de reojo,
como se mira a quien se tiene desconfianza. Calculé su posible edad, pero se me
esfumó la idea como un cigarrillo que se consumen con ansiedad. No me percaté
de la mujer que iba a mi lado hasta que dijo:
─¿Cien pesos? No vayas a trabajar.
Reí al instante, de
una forma mecánica y ella continuó con su lección de superación.
─Yo me la sudo
mucho. Esos cien pesos me sirven para algo. Pal paño, pal desayuno. Quieren
vivir así, de la limosna.
Llevaba un uniforme
amarrillo con las letras del Q'hubo, el periódico de esta ciudad que cuenta
cuántos muertos hay por día y que se vuelve la vitrina de los que nunca tocan
las páginas de sociales. Paró un bus de Olaya, y se montó sin decir más. El sol
estaba implacable, como el pelo de la mujer. El hombre ya se había ido y yo,
quedé allí con el sol pellizcándome la piel.
>> Sombras
El árbol aquel,
grande y frondoso, está en mi memoria desde que recuerdo haber caminado las
calles de esa otra ciudad, la turística. Y a pesar de sus muchos años, para
nadie es signo de historia ni de heroísmo. En esta época, que aún este en pie,
por encima del pavimento, es digno de admirar.
Las hojas verdes que
adornan su copa, con el sol, se reflejan sobre la pared blanca de una de esas
edificaciones modernas y cae derramada sobre el suelo. La sombra se perpetúa
como un manto oscuro pero hermoso que hace que muchos se coloquen bajo aquel
árbol en busca de su fresco abrazo. La sombra continúa allí, hasta que cae el
sol y muere la luz que le da vida.
Debajo, en la sombra,
el vendedor de tinto descansa. Respira. Prepara un café y se lo toma. Dicen que
el tinto caliente ayuda a bajar la temperatura del cuerpo. Mira a lado y lado y
continúa su andar. Su venta. Su día.
>> Cuentos
Ese día paré al
mototaxista de turno. Me dijo: ¿pa dónde mi vale? Y yo le indiqué mi lugar de
destino. Íbamos por el camino, cuando empezó a relatarme parte de su historia
como si fuese yo, en ese momento, su amigo más cercano.
─Yo tenía una
así como esa que va allá. Pero se emputó porque un día quería que la llamara y
no la llamé. Pero si estaba con la mujé, ¿ah, compa?
─Claro─ le dije.
─¡Nojoda, pero
esa era una loba en la cama! Mi mujé está buena, pero se me está engordando. Después
de que parió se me engordó. Yo la quiero todavía, pero ajá. ¿Tú sabes cómo es?
─Claro.
─Compa, la
verdad es que uno tiene que cuidar a la de la casa. Porque las de la calle, son
nada más pa´ eso. La mujé mía se me emputó porque quería salir el día de amor y
amistad. Ajá y me tocó sacarla, y la otra llamándome para lo que sabemos.
─Me imagino.
─Ya yo tengo mi
hogar y no quiero que se dañe. Por eso hago mis cosas bien hechas. Uno como
hombre hace sus fechorías pero en la calle. Yo no estoy de acuerdo con eso de
dejar tu casa para irte a vivir con una de las callejeras.
─Pero y
entonces, ¿para qué te arriesgas? ─le pregunté.
─Compa, es que
la mujé es muy sabrosa.
*Esta entrada fue parte de la revista Cabeza de Gato.
*Esta entrada fue parte de la revista Cabeza de Gato.
Por: Márquez
3 comentarios:
Julio, fue una lectura corta pero divertida y concisa. Refleja la espectacularidad del caribe.
Don Sindulfo:
Venía con la intención de hacerte sentir mal por no habernos invitado hasta hoy, pero me gustan mucho tus historias breves.
Me recuerdas mucho a un viejo amigo llamado Augusto, tú no lo conociste pero en mi juventud yo andaba mucho con él, y "Monterroso", yo le decía así porque se llamaba Monterroso, "mirá, lo tuyo es escribir cosas cortas, cada vez que te pasás de las 500 palabras, empezás a trastabillar".
Cada vez que leo cosas así me acuerdo de mi haces dos años. Nadie me entendia pero a mi me encantaba. :) Tan cheveres pelao'
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