El escritorio no es mal
sitio. Quizás sea el lugar ideal para muchos. Mi problema, es que no sueño con
un escritorio, al menos, no de esta forma. No suelo verme ahí, rodeado de un
poder ficticio, convencido de mi autoridad ilegítima, dirigiendo una causa en
la que no creo. No me veo reducido a mi escritorio.
Ese sueño de oficinista me
asfixia. Y es complejo, porque en una sociedad en la que son pocos los que
tienen la oportunidad de tener un sueldo digno, el hecho de que tú lo tengas y te
sientas en conflicto con eso te vuelve un imbécil. Y sí, puede que eso sea
real, pero ¿acaso las dimensiones de la vida no varían de unos a otros?
Ahí voy yo de nuevo,
escribiendo un texto que no es sobre mí, sino sobre lo que pienso. Pero termino
enredado, haciendo un collage con las ideas, intentando callar las otras voces
de esos otros yo que me dicen que hay otras alternativas. ¡Silencio!, solo
necesito silencio, oscuridad tal vez un poco.
Los colores son a ratos como
recuerdos espinosos, van y vienen, se meten en los ojos y terminan por hacerte
retornar a esa mezcla de espacio y tiempo que te fractura en el mismo sitio.
Ahora, es odioso ese gris de las oficinas. O el blanco eterno de las paredes y
el aire acondicionado. Las carpetas y los folios, el orden de biblioteca sin
alma de los archivadores, ese olor a tinta recurrente. Mi problema no es con
las oficinas, es con mi extraña forma de chocar con los demás, como si todos
fuesen con camisas a cuadros y yo, con una de puntos negros.
¿Este es el futuro? Algo me
dice que me dieron la bienvenida y me mandaron a probar suerte en el rincón más
alejado de mí. Como si yo, el yo que soy, fuese siempre al norte y este otro
yo, el que vive en las oficinas, se quedara estancado en el sur de 6 a 3 y de 3
a 11.
Pero eso no es lo relevante.
Digo, las oficinas tiene su lado amable. Son, digamos, son… ¡está bien! No sé
qué decir. Pero es posible abrirles un hueco y escapar cuando nadie se lo
imagina. Abres el libro en la página señalada, comienzas a leer y desapareces.
Otras veces, enciendes el televisor, ves las películas y todo cambia. Se hace
necesario recurrir a la imaginación.
Ahora bien ¿qué pasa en esos días
en los que no te hallas? ¿En los que miras a tu alrededor y todo te resulta
ajeno? Está bien, no estoy escribiendo sobre mí sino sobre lo que pienso, pero
nunca me va bien con eso. Las ordenes, la incapacidad de identificarte con tu
jefe, la sospecha de su falta de ortografía, o su imposibilidad para saber
dónde va una coma. En fin, nadie es perfecto. El escritorio tampoco lo es. Mejor
abro la puerta, finjo que todo está bien, y corro, corro por el pasillo y salto,
salto hacia la nada, como si la nada fuera todo.
Por: Márquez
4 comentarios:
Te entiendo por completo. A menudo los seres más prístinos se encuentran encerrados en el fango del trabajo de oficina. Sabes bien que eso no es impedimento para volar. Vive esto, absorbe, aprende, mira, lee.
Creo que has estado haciendo el esfuerzo de encajar un poco, de hacerte un lugar y eso está bien. Aunque no sepan poner comas, y escriban "habice" y no "avise", seguro que tienen otras cosas que no son malas. Me gusta leerte.
En estos días hablaba de ese dilema con alguien.
El Caos que me supone hacer parte del mundo desde una oficina, es extremo, es un hilo que te lleva poco a poco a alejarte de ti, de lo que siempre quisiste ver de ti, de lo que en esencia eres.
No creo que sea malo probar a encajar, pero es peligroso seguir probando algo que todas las veces no sabe también, al menos en tu paladar.
Tenía días largos sin leerte, me alegra.
Excelente reflexión, suele suceder que la oficina no es el lugar ideal donde me visualizo y se así hay muchos. Espero encontrar un trabajo mas versátil y diferente.
Qué buen abordaje, son líneas que reclaman libertad y reclaman no adaptarse a un mundo que pretende encasillarnos. Saludos
Publicar un comentario