Antes de llegar a la casa que
más fija tengo en mis recuerdos, debo decir que mi tía Marta vivió en otros
lugares. Esos otros espacios se han ido perdiendo en mi memoria, como el trazo
de una tiza sobre el tablero cuando el profesor ha borrado el tema del día, y
queda aún un rastro claro que poco a poco desaparece. En esa misma medida, las
otras casas fueron desdibujándose en la memoria, dejando solo trazos muy claros
que el tiempo amenaza con hacer desaparecer. Recuerdo las clases de costura de
la muchacha que la ayudaba en la casa. Recuerdo el pantalón que me hicieron con
el defecto en la cintura. Y esos detalles confirman el olvido inminente.
La que sigue en pie en mi
memoria es la casa que se volvió en mi refugio. La de dos pisos, que fue
cambiando con el tiempo. Que adquirió
nuevos detalles y acabados. Mis primos aún eran pequeños cuando empecé a
visitar a mi tía y me quedaba con ella en vacaciones. Al comienzo, solo era una
calle en esa urbanización. Frente a la
casa había una hilera de láminas de cinc que anunciaba que al otro lado estaba
naciendo otro pedazo de ese barrio. Y mi tía era una figura de autoridad que
regañaba una sola vez. Y nos consentía con comida.
La casa guardaba en su
interior objetos mágicos: un televisor poderoso, una biblioteca maravillosa y
una nevera llena. En la casa de mi tía conocí la televisión por cable. Mi primo
y yo durábamos horas pegados al televisor viendo Cartoon Network. En ese
entonces, él aún era más pequeño que yo. Y yo tenía más fuerza. A veces cuando
no quería jugar con él, le decía a mi tía y ella dejaba lo que estaba haciendo
y me preguntaba: ¿qué pasa? Jueguen sin pelear. Y jugábamos de mala gana al
comienzo, pero al final todo fluía.
Algunas noches, acostados en
el camarote, mi primo y yo inventábamos historias en las que éramos los héroes.
Pasaban cosas extrañas. Aterrizaban alienígenas, monstruos gigantes atacaban la
ciudad. Al final terminábamos dormidos y nuestros enemigos imaginarios se iban
a la esquina del cuarto a esperar la siguiente noche para volver a salir. Mi
prima, por su parte, se dormía tocándome las pestañas y por ratos, era un
llanto insoportable por toda la casa. Para callarla, dejábamos que jugara con
nosotros y poco a poco fue aprendiendo a unirse a las historias. Conmigo se
volvía silenciosa, y se dejaba llevar por los senderos de los cuentos que le inventaba
y las canciones que cantaba para ella.
La casa de mi tía era un
espacio distinto. En ella la lluvia no me asustaba. Un día, tía Marta llegó con una caja llena de
libros y casetes y VHS. Eran cuentos infantiles en libros, en vídeo y en audio.
Ese fue un momento importante. Vimos el primer video y quedé prendado de esas
historias. Luego, fui por los libros. La casa tenía libros que salían de todos
lados. Fui leyéndolos con voracidad.
Luego aparecieron otros, unos azules, con cuentos de otras regiones que
me cautivaron. Y uno rojo que tenía historias de Los
Picapiedra, Los Supersónicos y Scooby Doo. Leí
tantas veces los libros que aún hoy recuerdo algunas historias. Cuando empezaba
a extrañar a mi mamá y a mis hermanos, los libros se volvían en un escape.
Ahora que mi tía ha dejado
atrás aquella casa, intento recuperar los detalles. El jardín que solía tener
en la entrada. La perrita ladrando a través de la reja. El espacio de la
cocina. La disposición de los cuartos. Todo era una mezcla de silencios y pies
corriendo por la casa. Almorzábamos viendo televisión y nos quedábamos dormidos
en el suelo. Comíamos sándwich con chocolisto antes de dormir.
Así crecimos. Ayudaba a mis
primos con las tareas del colegio. Peleábamos el computador para usar el
Messenger o jugar Pokémon. Durante la universidad la casa se volvió un paso
obligado. Ahí permanecía casi todo el día. Escribía los borradores de los
ensayos en hojas y llegaba temprano a la casa de mi tía a transcribirlos. Solo
en su casa era posible eso. Con los años dejé de sentirme como un visitante, en
esa casa era un habitante más.
Pero el tiempo pasa y vamos
tomando nuestros caminos. Mi primo ahora es un gigantón como el de las
historias que inventábamos y mi prima cada día se parece más a la princesa de
los cuentos pero con sus propias convicciones. Entonces me descubro como el
viejo barbón de aquellas historias, que almacena en su memoria lo que otros
olvidan. Así, la casa de mi tía seguirá ahí, como un rincón del mundo al que
debo regresar para recoger mis pasos. Aunque desde ahora deba mirarla como la
casa de un extraño.
Por: Márquez
4 comentarios:
memoria prodigiosa y una facilidad para hacer cualquier historia por mas personal que sea, una en la que todos nos podamos ver de alguna manera.Me gustó.
Me encanto sobri, siempre estaré aquí para ti y tus hermanos, aunque ahora este en otra casa no olvidarè todos los momentos vividos en mi casa ("la casa de la tía marta"), de los cuales fuiste parte; y la casa donde ahora vivo tambien es tu casa.
Te quiero mucho, Tu tía Marta
Todo un escrito circundado por la nostalgia. Hermoso.
Qué nota la imagen del recuerdo como el trazo de tiza borroso en el tablero. Y de los enemigos imaginarios esperando en la esquina. Juan Vásquez
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