En el año 2008 estuvimos entre bambalinas en la presentación de la obra "Del otro lado, nunca olvidas", rastreando algunos secretos.
En un extremo, un banco con una tela roja daba la
impresión de una pequeña mesa. Sobre esta, una botella de vino tinto y una
copa. Al otro lado, un banco un poco más alto igualmente decorado, pero en
éste, un teléfono fijo bien instalado. Entre cada uno de ellos había una distancia
perfectamente calculada y dividida por un baúl que llenaba de incógnita el
escenario.
Una colcha de cuero negro cubría todo el piso.
Mientras unas telas rojas sostenidas a penas por unos delgados alambres, que
desaparecían cuando la penumbra se asomaba, eran el elemento que daban a todo
el conjunto la sutil sugerencia del romance y la pasión. Detrás de todo lo anterior, un telón negro
suponía que algo más se ocultaba. El secreto de los teatreros, ese que jamás
debe ser revelado.
Jota había caminado varias calles sin poder conseguir
el par de pilas que necesitaba, para cargar la cámara que tenía. En el Centro
Histórico es sencillo hallar turistas, artesanías y precios elevados, pero, un par de pilas doble AA alcalinas solo
se consiguen si estamos cargados de una gran dosis de paciencia y
determinación, más aun, cuando son las 6:45 de la noche y lejos de los centros
comerciales.
Arnaldo, suele preparar cuidadosamente cada detalle de
su obra. Nada es poco importante. Nada merece menos atención. Ser el director
es algo que requiere compromiso, y Arnaldo lo sabía. Además, cuando se ha sido
actor y espectador, se tiene una visión de lo que se quiere mostrar. Aun así,
no se puede evitar sentir estrés.
Diana se halla en un bus de servicio Público, lleva
cierto tiempo en él, y la sensibilidad en las piernas la ha perdido: se le han
adormitado. Entre la gente que sube y baja, ella se encuentra totalmente
desesperada y se quita una y otra vez sus lentes para frotarse los ojos. Tal
vez, en una de esas su momento de bajar llegue.
Un pequeño almacén esta abierto y tiene las deseadas
pilas.
—¿Cuánto
cuestan?— pregunta Jota.
—Cuatro
mil doscientos.
Un silencio incómodo
llenaba cada espacio del almacén, que a pesar de todo, lograba un orden que
envidiaría cualquiera de los grandes. En el interior, el local era de un blanco
hospital y un olor a desinfectante, además de encontrarse en él, una mujer con
cara de cansancio y un lápiz en la boca, y cualquier cantidad de productos que
variaban en su utilidad. A pesar de todo era la única opción, Jota pagó y cargó
la cámara.
En el marco del Titirifestival, el teatro local se da
a conocer. Mostrando una vez más, que sobra talento. Pero en esta ciudad, de
historia y modernidad, la cultura es desplazada por una vida llena de
frivolidades. De hábitos tan fríos como el aire que ambienta los nuevos almacenes.
Por eso Jota, camina tan rápido como sus piernas se lo permiten para poder
conversar un poco con los actores.
El celular suena y Arnaldo responde, es una
conversación algo confusa. El aparato no es suyo y quien llama, desea entrar
antes de la hora propuesta para que la función comience. Después de unos
minutos, el panorama es mucho más claro y Jota logra entrar antes que ningún
otro.
— ¿Cómo se sienten?— Jota pregunta
—Muy nerviosos— responde Mónica
Ella y Manuel se hallan en los
baños de aquella locación. Son los actores y se preparan. Frente al espejo
Mónica se maquilla con gran destreza; rosados, plateados, polvos y lápiz
labial. Mientras Manuel salta una y otra vez para controlar sus nervios.
Cuando una pareja sube al
escenario, la complicidad es vital. Los teatreros ven en el público un elemento
importante que merece todo respeto.
Mónica y Manuel lo saben, por eso desean dar todo de si mismos. En el
baño, los rostros maquillados cambian y con ellos aparecen dos nuevas personas.
Del otro lado, nunca
olvidas es el nombre de la obra que pueden
leer los espectadores, que aún no han logrado entrar. Diana, con sus grandes
lentes, mira bien el cartel y lee la hora, está ansiosa. Recorrió Cartagena de
sur a norte en un viaje de una hora y más para ver el espectáculo.
Arnaldo prueba luces, sonido y un
efecto más: los teléfonos. Aquel teléfono fijo que estará sonando durante toda
la obra y dos celulares. Pero no está solo, dos jóvenes lo acompañan, dos que
sienten por el teatro más que una afición. Esos dos jóvenes, son los testigos
de toda la labor que han realizado para ese día poder presentar la obra.
A las 7:00 pm entra el público.
Diana se apresura para quedar bien ubicada, todas las sillas se empiezan a
llenar. Es algo sorprendente, la costumbre siempre es que queden sillas vacías.
Del
otro lado, nunca olvidas con esa función será estrenada. Después de un preestreno
exitoso, volverá a medirse con el público.
Al baño entra el director, Arnaldo,
a ver cómo van los actores. Pero, ya no son ellos. Manuel y Mónica
desaparecieron para dar vida a aquellos seres, que una vez solo fueron palabras
fijas en el papel y hoy toman vida a través de ellos. Ahora, Arnaldo sabe que
deben salir, y se apresura a decírselo. Entonces, se toman de las manos, jota
también es invitado a aquel rito. Ese en el que ponen toda su fe, una oración a
un Dios que debe amar el teatro pues, siempre se encomiendan a él. Tomados de
las manos cierran los ojos, en un círculo silencioso.
Ahora, Diana espera atenta, cada
minuto es una posición nueva en la silla, cada posición es una forma de
incomodar a la persona que estaba a su lado. Arnaldo anuncia el comienzo del
espectáculo y Diana halla entonces, la postura adecuada. Se dibuja una sonrisa
en cada persona presente, el director está emocionado y un aplauso generalizado
da pie a que las luces se apaguen y los actores se preparen.
Una danza erótica aparece en el
escenario, que ahora no se ve tan inerte. Las luces comienzan su juego, el de
seguir cada movimiento; los actores empiezan a dar vida a la obra y a cada
rincón del escenario. El vestuario era parte del encanto, de ese
secreto del teatrero que una vez comienza a encantarte, no permite que te
alejes.
Mónica, quien ese instante era Helena,
se movía suavemente, mientras sus manos se deslizaban por su cuerpo sin poder
evitar rosar su vestido negro de una tela suave y un encaje blanco en el borde
del escote que solo mostraba lo necesario.
Manuel, es decir Diego, sobre el escenario, danzaba también. Era un juego.
Juego con el que convencían a la gente de la relación que existía entre sus
personajes. Él con un pantalón blanco y
el resto de su cuerpo descubierto, aprisionaba a su compañera bajo la luz que
los seguía en todo su desplazamiento por el escenario.
Diana estaba atenta, no perdía de
vista ningún movimiento. Había limpiado los lentes de sus gafas antes de que la
obra empezara. Su concentración en la obra, si no fuese por su estómago,
hubiese sido casi imposible de romper. Y Arnaldo, sentado desde un rincón,
vigilaba que todo saliera bien; que el público disfrutara y que los actores
tuvieran todo lo que necesitaban. No se alejó jamás de los controles de luces y
sonido.
En primera fila estaba Jota, que con
su cámara en mano hacia estático cada momento que consideraba interesante. Los
encerraba en la memoria de aquel aparato con cada disparo que estallaba en una
chispa de luz. La obra avanzaba y él trataba de descubrir eso que nadie mas
veía.
—¿Qué haces?— preguntó diego.
—¡Nada!— respondió helena.
—¿En qué piensas?
—En nada.
Fueron uno de los muchos diálogos
que desarrollaron la historia, esa historia que a cada timbre de teléfono
cambiaba de rumbo a una pregunta que siempre hacemos.
—Nadie… nunca hablan.
Cada palabra atrapaba, el gesto transportaba.
Era como una droga que no hacía daño, que a pesar de la sobredosis, siempre
dejaba satisfacción. Puede ser que los
actores lo disfruten, puede que los espectadores lo disfruten, creo que así
pasó. Yo lo disfruté. Allí en esa primera fila, viví cada cuadro, cada acción.
Mi cámara es testigo de ello.
Al final y en una señal de respeto
y agradecimiento, los actores hacen una venia que está llena de orgullo, porque
todos aplauden. Diana, lo hace tan fuerte como puede, Arnaldo lo hace porque
valora todo el esfuerzo, y yo lo hice, porque realmente me gustó.
Nuevamente en el baño Manuel y
Mónica sin maquillaje, vuelven a ser los de antes. Para seguir con su obra
diaria, en la actuación de todos los días. Porque el teatro se construye de realidades;
de la vida misma, con un toque de exageración, de magia, de misterio. Después
de todo, Arnaldo entra al baño y en un abrazo fraternal termina su noche. Un
abrazo que dice cuánto ama lo que ha ocurrido. Y Diana sale satisfecha. Ya la
esperaban afuera. Su viaje de regreso comenzaría pero no estaría sola.
Y yo, a pesar de buscar en lo mas
recóndito y recorrer el escenario, que después de la presentación volvió a
quedar vacio y solitario; con el baúl, los bancos y la decoración, no hallé ese
secreto que hace al teatro y a los teatreros tan mágicos y adictivos. Pero creo
tener un consuelo, saber que nadie lo puede descubrir porque ese secreto se
transforma con cada actuación, en cada obra. Porque el teatro atrapa en la
inmediatez de su mensaje y en lo creativo de su realización.
Por: Márquez
4 comentarios:
Me parece muy chévere cómo revives por escrito toda la experiencia. Estructuralemente me parece un texto sólido que prueba que hace ocho años ya mostrabas talento para eso de enlazar palabras.
Muy buen escrito. Me gusta como lo relatas tu siempre escribes bien.
Me gusta como lo escribes. Igual siempre escribes bien.
Buena narración, colega. ;)
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