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martes, 26 de mayo de 2015

Machos frágiles


A los hombres, de niños, se nos está permitido mostrar. Sacar el pipí en cualquier parte, a fin de cuentas, somos hombres, machos. ¿Acaso los perros no llevan su órgano viril visible y con orgullo? ¿No es igual con otros animales? Pues, que el niño muestre para que vaya conociendo su lugar en el mundo. Para que entienda que ese falo nos otorga un poder, o, por lo menos, una ventaja. A las niñas, mientras tanto, las enseñan a esconderse. A tapar su vulva en un primer momento. A no explorarla demasiado. A dejar para la privacidad del baño aquella parte de su cuerpo. Cuando empiezan a salirle los senos, entonces deben esconderse más. No provocar con esos picos apuntando. Y así crecemos.

Con el tiempo esas dinámicas se reproducen en otros espacios, recordando el sentido de la intimidad para ambos sexo. Por un lado, la sexualidad de las mujeres sigue siendo un tabú. Se les educa para entender que en el sexo debe mediar el amor, y que su premio es la concepción. Y a ver la menstruación como un evento silencioso, que no debe ser comentado.  Los hombres, por su parte, crecen para entender que su sexualidad se exhibe. Vamos por la calle y nos podemos agarrar las bolas, porque eso es ser un hombre. El conflicto empieza, cuando en el colegio o cualquier otro lugar, un niño se lo saca y lo muestra. Y entonces, la profesora o el profesor se alarman. Pero el miedo no es que el niño lo haya mostrado, a fin de cuentas es normal que lo haga (¿no fue que se lo enseñaron?), la razón de su preocupación suele ser la misma: ¡Hay niñas en el salón! Sí, el asunto es que la niña no puede ver eso antes de tiempo. Pero ese es otro tema.


domingo, 19 de abril de 2015

CHICAGO: que el show continúe




Chicago es una película estrenada en el 2002 y dirigida por Rob Marshall, que cuenta la historia de Roxie y Velma, dos mujeres acusadas de asesinato. Ambas intentando mantener toda la atención posible de los medios en su caso, para obtener la libertad. Comprendiendo, de alguna manera, que la fama les otorgará un trato distinto por parte de la justicia.

Chicago, el musical ganador del Oscar a mejor película, merece atención especial. No solo por las destacadas actuaciones que en él aparecen, sino por el juego que ofrece.  Mirándolo de forma crítica uno logra reconocer en la película, matices para analizar el compromiso de los medios con la veracidad de la información. Lo que puede entenderse como una historia que mezcla en su narración el sistema judicial, el mundo del espectáculo, y el carnaval mediático de los años 20’s, se vuelve muy actual.

jueves, 19 de marzo de 2015

Baila, Delia, baila


Conseguí una foto de ella. En ese instante dejaba de ser un nombre sin rostro, para tomar una forma, un color, una textura. Delia estaba en esa foto aparentemente feliz. Levantaba la mirada al cielo, con sus ojos color ceniza, aquel moño de bailarina experta y una sonrisa que se dibujaba amplia en su boca. Llevaba un aire de elegancia e irradia una fuerza que se gana con los años. Es Delia la de la foto y seguramente estaba bailando. 

Los que llegaron a conocerla hablan de su ímpetu, de su amor por la cultura, de su incansable búsqueda por descubrir esas manifestaciones de movimiento propias de la gente cercana a las costas. Sus allegados la van relatando como una mujer que iba formado grupos y dejando en ellos la inquietud por la danza. 


miércoles, 4 de febrero de 2015

Un tal Vladimir Nabokov

Conocí a Nabokov un día de universidad, sentado en una banca del pasillo. Llegó el profesor de radio –hoy mi amigo- y me dijo: ¿quieres leerte este libro? Lo miré desconfiado, no reconocí el nombre, pero él me aseguró que disfrutaría la historia. Era un libro pequeño, de pasta amarrilla con la cara de una niña en su portada. LOLITA, decía el título. Empecé a leerlo y me fui dejando llevar por la historia y sus giros. Fui entrando en la mente de Humbert y fui conociendo a la Lolita del título. Cada parte llegó, abriéndose como una puerta que conduce a otros lugares. Y el final fue una estocada definitiva, contundente, me dejó con esa sensación de querer a quien debía odiar. Con esa extraña confusión de sentir cercano a quien fue maquillando la historia. El final me permitió establecer un vínculo que, en ocasiones, me hace correr a buscar el libro y releerlo para quedar prendado una vez más.

Así, me quedé con ese final en la memoria. Dándome la oportunidad de volver a recorrer cada detalle con el cuidado de los orfebres. Hasta que un día, rebuscando en la biblioteca de la universidad encontré una colección de cuentos de este autor. Era un libro realmente grueso. Fui leyendo poco a poco, saltándome algunos. Descubriendo a un Nabokov distinto. Uno que  lograba ser político.

lunes, 22 de diciembre de 2014

Por los bordes

El café guarda una relación directa con mis recuerdos. Mi papá empieza el día con un pocillo, como si con cada sorbo algo en él se reactivara. El humito que va recorriendo la casa, el pocillo con su rastro de café como una pincelada del destino. Todo sumado, es parte del mismo collage. El olor a café fue parte de los aromas de mi casa, se mezclaba con el olor a huevos revueltos, o al del ajo en aceite para el arroz. En ocasiones ese olor es un detonante de mi memoria, colección de recuerdos que va trazando líneas para dar forma al pasado. Por eso, el café también me recuerda un poco a la ausencia. Ese espacio que fue quedando cuando mi papá ya no estuvo. Entonces tomó otras formas en mi memoria.

El café trae consigo el recuerdo borroso de mi bisabuela. Ella y el arroz de coco. Ella y el cucayo.  Nos sentábamos alrededor del caldero, bañábamos el pegao con café caliente y el manjar estaba listo. Nosotros éramos un ramillete de piernas que andaban de un lado a otro, desordenando la casa y ella gritaba, dando su orden definitiva, con aquella voz que retumbaba por cada rincón. Luego, llegaba la tarde y el olor a café una vez más invadía el espacio de la casa.