Hay sonido. Colores. Hay cuerpos negros moviéndose en la tarima. Somos como un espectáculo de músculos cuando bailamos. No soy yo el que mueve las caderas, ni el que salta con gracia y levanta esa falda risada. No lo soy en el sentido tangible, en lo corpóreo del aquel asunto, pero puedo ser yo en la piel, en un gesto casi casual que todos tenemos al caminar. Puedo serlo en el erotismo del baile que todos llevamos inscrito. Quizás somos todos, cuando el telón se levanta, y Cartagena se muestra como la ciudad-vitrina todos nos volvemos un espectáculo exótico.
Pero hoy, en esa tarima, el centro de atención son los jóvenes que bailan una suerte de danza que pone a sudar sus cuerpos. Los imagino allí, todos llenos de alegría, pensando en el siguiente paso, con sus colores, dejando atrás cualquier otra cosa y siendo por un momento solo eso: movimiento.
Hoy soy un espectador. Un ojo distante que se deja llevar por el ritmo. El tambor sonando, dando el impulso a cada movimiento y la voz que justifica el grito. Todo está dispuesto para entretener. Hoy soy solo un espectador. Quizás sea el mejor de todos mis roles. Solo debo aplaudir, sonreír satisfecho si me gusta lo que veo, o simplemente levantarme y dejarlo atrás. Puedo, pero no. No puedo ser solo esto.
Este cuerpo, mi cuerpo, no me pertenece. Es tan ajeno como el de ellos. Mi cuerpo pertenece a los ojos que lo observan. Ellos lo han fabricado, han construido sobre mí sus ideas de mi mismo, han armado el rompecabezas, han escrito sus conjeturas sobre la piel que hoy me pesa. No puedo ser solo un espectador, esta necesidad de imaginarme sobre el escenario me invita a ser también un espectáculo; a recordar que día a día soy un performance que transita el mundo y se llena de su caligrafía. Ahora, sentado aquí, soy uno con los cuerpos que danzan.
Hay sonido. Colores. Hay cuerpos negros moviéndose en la tarima. Somos como un coito sin placer, sin curiosidades, sin deseos. No soy yo el que mueve las caderas, ni el que salta con gracia y levanta los brazos con firmeza. No lo soy en lo visible, en lo obvio del asunto. Pero puedo serlo, en cualquier momento, cuando salga a la calle y sea un evento nuevo para el ojo extranjero. Quizás somos todos, cuando el telón se levanta, y Cartagena se muestra como la ciudad-vitrina todos nos volvemos un espectáculo exótico. Todo terminamos siendo el objeto del fetiche.
Por: Márquez
2 comentarios:
Me gusta que digas lo del coito, porque el baile siempre ha tenido un aspecto erotico/sexual que al hacerse público se torna casi pornográfico. Los cuerpos moviendose ritmica y sudorosamente para el placer de quien observa y se siente frustrado por no poderse dar el gusto de participar también.
Megusta. Esa autoreflexión hecha desde el baile me parece bastante acertada. Cuando hablas de cierta manera de que el cuerpo no es nuestro y la reiteración de la palabra vitrina evocan una crítica, que al mismo tiempo expresa inconformismo y resignación por esa realidad vivida. Buen escrito.
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