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miércoles, 1 de agosto de 2018

Rotos




Sentado en el baño de tu oficina, miras por la única ventana que hay en ese espacio. Algunos rayos de luz, las hojas, un cielo gris. Miras todo aquello sin mayor interés. Sientes que ese instante es lo más seguro que has tenido en días. Las baldosas siguen líneas rectas que imaginas son un laberinto, y corres a través de él, buscas la salida, el punto para volver. Caes. Detrás de la ventana una mariposa aletea. Un sonido te recuerda que no estás solo, que afuera sigue alguien.

Sales y tu compañera se despide. Atrás quedó tu imagen cuando descubriste tu cara en el espejo después de lavarte las manos. Esos ojos, grandes, redondos, oscuros, que buscaban saber algo de ti. Ahora que te sabes solo, vas al celular, abres YouTube y pones una canción vieja, de esas que te da un poco de pena reconocer que escuchabas: Paulina Rubio.  (CLICK EN SEGUIR LEYENDO).

Te dejas caer en tu silla. Das vueltas mientras la canción suena. Paulina te canta solo a ti, son ustedes dos en ese espacio. ¿Te habías imaginado así? Reconoces que de niño no imaginabas mucho, que las oficinas no eran una opción. Pero cómo iban a ser una opción si a veces no había para los buses. Lo tuyo era soñar con nubes que se volvían animales gigantes, o con ser el personaje de un cuento en el que un pajarito azul guardaba el secreto para salvar una aldea completa. Sonríes. Puede que seas un desagradecido, piensas. Paulina canta. Habla de ir a la China en un cohete. Das otra vuelta.

Te preguntas cuántas personas más estarán así, solas en su oficina, dando vueltas en la silla, mientras suena una canción. Algo los une a todos. Una fractura, la línea que se dibuja en los ojos cuando se asoman al espejo.  No recuerdas el momento exacto en el que empezaste a ser un silencio frente al computador. Sabes que saldrás, que buscarás razones, que leerás con afán y que antes de dormir, repasarás los planes que tienes como quien amasa el destino o se aprende un hechizo.

Por. Márquez 

1 comentario:

Umut Pajaro Velasquez dijo...

Todes de alguna manera somos lo que no imaginamos que seríamos, el camino nos fue llevando a lugares que son la cisura entre lo deseado y lo esperado. Un kintsugi de nosotres mismes, eso somos porque hemos aprendido a esperar, a creer que lo que viene adelante se parece más a ese lugar en que sentimos debemos estar. Buen texto.